Estoy leyendo estos días “Roma. La novela de la Antigua Roma” de Steven Saylor, novela que narra de manera muy amena, a la vez que intensamente documentada, la historia de la ciudad de Roma, desde sus primeros fundadores hasta el fin del Imperio y me está sirviendo para revivir mi viaje a la que, para mi gusto, es la ciudad más bella del mundo, la Ciudad Eterna, porque no hay otro sitio donde puedas pasear sin necesidad de llevar guía, ni de planificar rutas, sólo dejarte llevar por sus calles y plazas, refrescarte en sus surtidores (nasoni) (instrucciones de uso: aquí ) siempre abiertos, perderte por sus callejones y tomar una pizza en cualquier esquina, porque, será que la pasión me ciega, pero en Roma todas las pizzas son deliciosas, todos los helados son sabrosos y no hay un spresso que defraude, si bien, tengo que recomendar, como el mejor café que he probado nunca, el que me sirvieron en el barecillo instalado en lo alto de la azotea de la Basílica de San Pedro, el que hay antes de emprender el ascenso por escalera a lo alto de la cúpula: un ristretto de verdad (apenas dos dedos de café) pero cuyo sabor aún hoy recuerdo como el auténtico sabor de Roma, junto con el de la ensalada de rúcula omnipresente.
lunes, 31 de agosto de 2009
Leyendo sobre Roma
Estoy leyendo estos días “Roma. La novela de la Antigua Roma” de Steven Saylor, novela que narra de manera muy amena, a la vez que intensamente documentada, la historia de la ciudad de Roma, desde sus primeros fundadores hasta el fin del Imperio y me está sirviendo para revivir mi viaje a la que, para mi gusto, es la ciudad más bella del mundo, la Ciudad Eterna, porque no hay otro sitio donde puedas pasear sin necesidad de llevar guía, ni de planificar rutas, sólo dejarte llevar por sus calles y plazas, refrescarte en sus surtidores (nasoni) (instrucciones de uso: aquí ) siempre abiertos, perderte por sus callejones y tomar una pizza en cualquier esquina, porque, será que la pasión me ciega, pero en Roma todas las pizzas son deliciosas, todos los helados son sabrosos y no hay un spresso que defraude, si bien, tengo que recomendar, como el mejor café que he probado nunca, el que me sirvieron en el barecillo instalado en lo alto de la azotea de la Basílica de San Pedro, el que hay antes de emprender el ascenso por escalera a lo alto de la cúpula: un ristretto de verdad (apenas dos dedos de café) pero cuyo sabor aún hoy recuerdo como el auténtico sabor de Roma, junto con el de la ensalada de rúcula omnipresente.
martes, 25 de agosto de 2009
La Maravillosa vida breve de Óscar Wao
Lo que en un principio me atrajo hacia este libro era la premisa de conocer el punto de un dominicano viviendo en NY. Esta ciudad me atrae, tanto literariamente como turísticamente, desde las novelas de Edith Wharton hasta Paul Auster, tengo debilidad por atacar cualquier obra que se desarrolle en Manhattan y sus alrededores y esa fue la primera razón por la que me lancé con entusiasmo a la lectura de este libro. Pero, para mi sorpresa, podría decir que la historia que se cuenta aquí es pura República Dominicana, incluso la parte que se desarrolla en la gran manzana no deja de ser dominicana porque sus protagonistas lo son, y aunque ellos han salido hace tiempo de la isla, la isla no ha salido de ellos, y, lógicamente, vuelven a ella constantemente y aún habiendo nacido en los Estados Unidos, no dejan de pensar y actuar como dominicanos que son.
Pero no significa todo esto que me sienta defraudada por no haber encontrado exactamente lo que esperaba al principio, al contrario, me parece fantástica la forma de contar, a través de la historia de la familia, los acontecimientos más destacados del pasado siglo en esta isla que la mayoría de nosotros conocemos actualmente por sus maravillosas playas y enclaves turísticos (reconozco que, desde ese punto de vista, es otro de mis amores viajeros) pero que nos es generalmente desconocido el negro, negrísimo pasado que esta gente tuvo que sufrir bajo la cruel dictadura de Trujillo que es contada con lujo de detalles escabrosos en la novela, yo diría que toda la historia se basa en eso, en recordar y tratar de entender cómo el país pudo estar sometido a tan sanguinario dictador y cómo lo han superado las generaciones actuales, si es que lo han hecho y qué queda aún de esa cultura de crimen y violencia en la actualidad.
El gran contraste entre la cultura americana de Óscar, el protagonista, absolutamente inmerso en su mundo de manga japonés, literatura fantástica y cine y cómics de ciencia ficción y los instintos primitivos que dominan la isla bajo el terror de Trujillo, no es tal contraste en realidad, porque en ambos mundos los malos son muy malos, los héroes casi nunca triunfan y al fin y al cabo, la principal obsesión de todos es rapar con jevitas, que algunas cosas no cambian jamás.
En cuanto al estilo narrativo, es enormemente original: el inglés y el dominicano se mezclan de forma natural, los diálogos son tremendamente vivos y destacan los supuestos pies de página que no son realmente notas del traductor, como puede parecer, sino comentarios al margen del propio narrador de la historia que se detiene con mucha frecuencia a aclarar puntos que considera importantes sobre hechos concretos o personajes del país dominicano que ayudan a entender mejor la narración, siempre dejando claro que estos comentarios se hacen desde su personal punto de vista, absolutamente subjetivo, sin tratar de ocultar su opinión personal ni suavizar la realidad.
Lectura fresca e intensa, que me hace reflexionar sobre la alegría, la generosidad y la hospitalidad que muestran los dominicanos cuando te reciben como huésped en su país, su permanente sonrisa que no deja ni por asomo mostrar ese negro pasado del que aquí se habla, lo que da más mérito al esfuerzo que hacen por agradar a los que los visitamos con la idea de pasar una corta temporada en el paraíso. Ahora que lo miro desde este nuevo punto de vista lo valoro todavía más.
lunes, 3 de agosto de 2009
Mille anni che sto qui.
Esta sensación de calor y aridez a la que me refiero la sentí igualmente leyendo, por no salir de Italia, “Cristo si è fermato a Eboli” de Carlo Levi, donde, literalmente, podía sentir las nubes de polvo recorrer las tristes calles del pueblo. Esta capacidad de traspasar las páginas de un libro y adentrarme en su ambiente, como el frondoso jardín de los Fizi-Contini (Giorgio Bassani) porque no todo va a ser cálido sur, es lo que me atrae de algunas obras, que me permiten transportarme en el tiempo y el espacio a otros lugares y sentirme cerca de los personajes, no sólo a nivel de empatía emocional, sino incluso de sensación física de compartir el espacio geográfico, la temperatura y el clima.
Tal vez sería más aconsejable, por tanto, comentar, por ejemplo, “Crepúsculo” de Stephenie Meyer, que también he terminado por estas fechas, aunque confieso que lo he hecho casi por obligación, por no tener que “confesar” ante nadie que no conocía aún esta saga ya mítica, sobre todo entre los más jóvenes; eso sería algo así como confesar que no he leído ningún Harry Potter (reconozco que sólo he leído el primero y que no me disgustó, si bien tampoco me he enganchado como para seguir con la serie, aunque tengo en casa algún otro volumen de la serie, aunque más bien destinados a mis hijos en un futuro no muy lejano)
En cualquier caso, creo que para la temporada en que nos encontramos me conviene buscar pronto otro destino literario más fresco y frondoso que el sur de Italia. Tal vez me convenga volver a intentarlo con “Luna nueva”, segundo volumen de la saga vampírica, allí seguro que no ha dejado de llover y dado que es una lectura fácil, seguro que no me hace sudar. Lo voy a intentar, aunque sólo sea por razones climáticas.