Mi descubrimiento de la escritora Toti Martínez de Lezea tuvo lugar hace pocos meses, cuando pude leer su novela La Universal, que tánto me gustó, pero sabía que la fama de la autora le venía por sus novelas situadas en periodos históricos más remotos, por lo que me propuse conocer algo más de la obra de la autora.
Y con ese objetivo me lancé a la lectura de “La Abadesa”, una de las obras más populares de esta autora vasca en la que, precisamente Bilbao tiene gran relevancia, junto con las tierras de Castilla y Aragón. Al comienzo del relato se nos presenta la historia de Toda de Larrea, hija de una noble familia bilbaína que ve derrumbarse sus planes de boda cuando a los 15 años el rey Fernando de Aragón se encapricha de ella durante una visita que realiza a la ciudad y la convierte por un breve periodo de tiempo en su manceba, lo que arruinará su honra y su futuro. 30 años después de este suceso nos encontramos con el fruto de esa infamia: María Esperanza es la abadesa del beaterío de Nuestra Señora de Gracia, en la población castellana de Madrigal. Desde allí, la religiosa rememora los años transcurridos en aquel lugar desde que, desconocedora de su origen real, fue entregada a la edad de 7 años y de manera algo misteriosa a las monjas Agustinas y desde entonces la vida monacal fue todo lo que conoció, la única salida decente en aquellos tiempos para una huérfana sin linaje conocido. Al cuidado de la abadesa Doña Elvira, María se formó en música, lectura y caligrafía, aprendió latín y francés y se dedicó a la realización de magníficos libros manuscritos. Al estar el monasterio bajo el patronato real, María Esperanza tuvo ocasión de encontrarse en dos ocasiones con la reina Isabel de la que recibió un trato despreciativo sin llegar a entender la joven qué razón podía llevar a la reina a sentir cualquier tipo de sentimiento personal por ella.
Tras muchos años de vida en la clausura y ya siendo abadesa, María recibe asombrada la noticia de que el anciano rey Fernando la ha reconocido como hija ilegítima, lo que le hará cambiar toda la perspectiva desde la que observaba el mundo hasta entonces y se resuelve a descubrir su verdadero origen, la identidad de su madre y las razones que la llevaron a ser encerrada en el convento. La oportunidad perfecta se presenta ante ella cuando recibe el encargo de realizar unas inspecciones a los distintos conventos que la Orden tiene repartidos por los reinos de Castilla y Aragón, viaje que aprovechará para tratar de aclarar el misterio de su nacimiento.
Recorremos junto a la abadesa la ruta que va desde Madrigal hasta Bilbao pasando por localidades como Tordesillas, Valladolid, Burgos o Vitoria y visitando de su mano distintos recintos religiosos, conventos, iglesias, palacios y castillos de los cuales se nos va describiendo tanto su arquitectura como los más destacados hechos históricos acaecidos entre sus muros, episodios donde abundan los matrimonios por interés, los hijos bastardos y las interminables luchas por el poder características de la época.
El libro constituye, en resumen, un agradable relato que nos proporciona una visión de la compleja sociedad de los siglos XV y XVI en los territorios de Castilla y Aragón, de algunos personajes históricos clave en la época, entre ellos dos por los que siento especial debilidad: Isabel La Católica y su hija Juana la Loca. La novela se lee con facilidad y mantiene el interés a lo largo de todo el relato a pesar de estar cuajada de información histórica, ya que ésta se presenta de forma muy amena. Estoy segura de que no será la última novela que lea de esta autora. Se admiten recomendaciones.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
domingo, 27 de noviembre de 2011
El Puente Invisible
Me ocurre en pocas ocasiones, pero me ocurre a veces, que termino una novela, acabo la última página, leo la palabra FIN, cierro la tapa… y me quedo ahí, pensando, la mirada perdida, sin querer terminar, sin querer alejarme de los personajes, tratando de continuar conectada con la historia un rato más… Incluso dudo en empezar a escribir esta reseña porque supongo que una vez que la publique será una forma de decir adios a este libro, de embarcarme en otra lectura que temo que borre estas sensaciones que aún me rondan por la cabeza y no quiero olvidar.
Todo esto me ha ocurrido con “El Puente Invisible” de la escritora estadounidense Julie Orringer en el que relata una historia real protagonizada por sus abuelos, Andras y Klara, dos judios húngaros que se encuentran en París en los años 40 cuando él estudia arquitectura con una beca que apenas le da para subsistir y ella es profesora de ballet. Entre ellos nace un amor que en principio parece imposible por las diferencias sociales, culturales y de edad, pero que finalmente les llevará a compartir los horrores que la Guerra Mundial está a punto de desatar.
El comienzo de la novela es bastante ameno, con los ambientes muy bien dibujados, tanto del mundo que orbita en torno a la Ecole Especial, una afamada escuela de arquitectura en pleno Barrio Latino donde Andras y sus compañeros de estudios, también judíos, trabajan duro para superar los cursos a la vez que comienzan a sentir la sombra del antisemitismo que se extiende por París, al igual que por el resto de Europa. También encontramos otro grupo de húngaros expatriados, en este caso no son sino artistas y miembros adinerados de la burguesía entre los que se mueve Klara, que viven con bastante más desahogo que sus compatriotas estudiantes pero que igualmente se verán obligados a abandonar Francia cuando se inicie la guerra. Y es entonces cuando la novela crece de repente y lo que parecía una historia de amor con trasfondo histórico se transforma hasta convertirse en una obra magnífica, cuando pasa a relatar los horrores de la guerra. Si la primera parte de alguna manera me recordaba a la Suite Francesa de Irene Nemirovsky, por la ambientación del París de la época y el dibujo de los personajes, me atrevería a decir que la supera enormemente cuando entramos en la narración de los episodios de la guerra en Hungría.
Porque, finalmente, todos los judíos húngaros se verán obligados a volver a su país: Hungría, un gran desconocido para mí en lo que a su Historia se refiere, de la que apenas sé que formó parte de aquello que se llamaba Imperio Austro-Húngaro y al que mi única aproximación han sido las novelas de Péter Esterházy donde avisté algo de su complejo y orgulloso pasado y, por supuesto, los magníficos retratos de Budapest del genial Sandor Marai. Aparte de esto, me he encontrado ante un país con apellidos y localidades de nombre impronunciable pero llenas de habitantes con una conciencia de nación antigua y digna, que sienten el orgullo de ser húngaros independientemente de su religión, que ven sus vidas trastocadas por la barbarie de la guerra, sometidos, ya no sólo por el antisemitismo nazi, sino incluso por su propio gobierno, por su propio país que los destinó a trabajos forzados y les otorgó un trato inhumano que culminó con su envío a campos de exterminio a causa, exclusivamente, de sus creencias religiosas.
Esta podría ser otra historia más en la que se relata el infierno por el que pasaron los judíos en esta época aciaga de la Historia de Europa, una de tantas veces en que se nos cuentan hechos similares, vidas y familias destruidas, seres humanos llevados al límite de la dignidad, pero creo también que ninguno de esos libros, ninguna de estas historias sobra, por mucho que se escriba sobre ellos, porque fueron millones los judíos que padecieron aquel horror que fue el Holocausto, cada uno de ellos con su propio proyecto de vida, familia, profesión, ilusiones y futuro y todo ello les fue arrebatado y por ello no dejarán de contarse sus historias y nosotros deberemos de seguir leyéndolas para no olvidarlas nunca y rendirles así nuestro particular homenaje.
Todo esto me ha ocurrido con “El Puente Invisible” de la escritora estadounidense Julie Orringer en el que relata una historia real protagonizada por sus abuelos, Andras y Klara, dos judios húngaros que se encuentran en París en los años 40 cuando él estudia arquitectura con una beca que apenas le da para subsistir y ella es profesora de ballet. Entre ellos nace un amor que en principio parece imposible por las diferencias sociales, culturales y de edad, pero que finalmente les llevará a compartir los horrores que la Guerra Mundial está a punto de desatar.
El comienzo de la novela es bastante ameno, con los ambientes muy bien dibujados, tanto del mundo que orbita en torno a la Ecole Especial, una afamada escuela de arquitectura en pleno Barrio Latino donde Andras y sus compañeros de estudios, también judíos, trabajan duro para superar los cursos a la vez que comienzan a sentir la sombra del antisemitismo que se extiende por París, al igual que por el resto de Europa. También encontramos otro grupo de húngaros expatriados, en este caso no son sino artistas y miembros adinerados de la burguesía entre los que se mueve Klara, que viven con bastante más desahogo que sus compatriotas estudiantes pero que igualmente se verán obligados a abandonar Francia cuando se inicie la guerra. Y es entonces cuando la novela crece de repente y lo que parecía una historia de amor con trasfondo histórico se transforma hasta convertirse en una obra magnífica, cuando pasa a relatar los horrores de la guerra. Si la primera parte de alguna manera me recordaba a la Suite Francesa de Irene Nemirovsky, por la ambientación del París de la época y el dibujo de los personajes, me atrevería a decir que la supera enormemente cuando entramos en la narración de los episodios de la guerra en Hungría.
Porque, finalmente, todos los judíos húngaros se verán obligados a volver a su país: Hungría, un gran desconocido para mí en lo que a su Historia se refiere, de la que apenas sé que formó parte de aquello que se llamaba Imperio Austro-Húngaro y al que mi única aproximación han sido las novelas de Péter Esterházy donde avisté algo de su complejo y orgulloso pasado y, por supuesto, los magníficos retratos de Budapest del genial Sandor Marai. Aparte de esto, me he encontrado ante un país con apellidos y localidades de nombre impronunciable pero llenas de habitantes con una conciencia de nación antigua y digna, que sienten el orgullo de ser húngaros independientemente de su religión, que ven sus vidas trastocadas por la barbarie de la guerra, sometidos, ya no sólo por el antisemitismo nazi, sino incluso por su propio gobierno, por su propio país que los destinó a trabajos forzados y les otorgó un trato inhumano que culminó con su envío a campos de exterminio a causa, exclusivamente, de sus creencias religiosas.
Esta podría ser otra historia más en la que se relata el infierno por el que pasaron los judíos en esta época aciaga de la Historia de Europa, una de tantas veces en que se nos cuentan hechos similares, vidas y familias destruidas, seres humanos llevados al límite de la dignidad, pero creo también que ninguno de esos libros, ninguna de estas historias sobra, por mucho que se escriba sobre ellos, porque fueron millones los judíos que padecieron aquel horror que fue el Holocausto, cada uno de ellos con su propio proyecto de vida, familia, profesión, ilusiones y futuro y todo ello les fue arrebatado y por ello no dejarán de contarse sus historias y nosotros deberemos de seguir leyéndolas para no olvidarlas nunca y rendirles así nuestro particular homenaje.
miércoles, 23 de noviembre de 2011
Las Cuatro Hermanas
Hay grandes novelas que nos emocionan porque nos narran sucesos fabulosos e historias magníficas sobre personajes extraordinarios, pero debo reconocer que las historias por las que siento auténtica debilidad son aquellas que son capaces de atraparnos durante 200 páginas contándonos el trascurso de vidas normales protagonizadas por personajes de andar por casa que protagonizan historias sin grandes hazañas pero con mucho sentimiento y me permiten caminar a su lado y sentirlos como si fueran personas reales con las que podría cruzarme un día por la calle. Encuentro un mérito grande en hacer de esas vidas normales una obra literaria.
Eso es lo que ocurre con esta novela: “Las cuatro hermanas” de Maureen Lee, una autora sobre la que no paraba de encontrar comentarios favorables últimamente y que al fin he tenido ocasión de leer y que seguramente seguiré leyendo más adelante, ya que me ha cautivado su forma de contar las cosas.
A pesar del título, de las cuatro hermanas a las que éste se refiere, hay que reconocer que la protagonista absoluta del libro es Kitty McCarthy a la que encontramos al inicio de la novela a la edad de 19 años asistiendo a una boda (una de tantas a las que acudiremos a lo largo del relato) en su Liverpool natal. Los McCarthy constituyen una numerosa familia católica en un entorno obrero a finales de los años 40. Y a pesar del ambiente familiar en que se encuentra, rodeada por todas partes de padres, hermanos y hermanas, cuñados, cuñadas, sobrinos..., o tal vez debido precisamente a eso, Kitty tiene claro que no quiere casarse, que el matrimonio no es el objetivo fundamental en su vida, no quiere dedicarse a criar hijos y ocuparse de su casa y su marido, ni siquiera se decide a abandonar su soltería cuando conoce a Con Daley que reúne todos los requisitos para convertirse en el esposo ideal.
De la mano de Kitty y su familia recorreremos cuarenta años de la historia contemporánea, desde finales de los años 40 en una Inglaterra que aún trata de recuperarse del desastre de la II Guerra Mundial que tan hondamente afectó a la sociedad británica pasando posteriormente por los años 50 hacia los 60, llenos de cambios en la sociedad, en lo relativo a los derechos de las mujeres, en los nuevos ídolos de la música, hasta alcanzar los 70 y los 80 llenos de cambios y revoluciones culturales, sociales, de modas y de costumbres. Pero este recorrido no estará marcado por los grandes acontecimientos históricos sino por los devenires y avatares de los distintos miembros de la familia, podríamos describirlo como una “Historia doméstica” donde asistimos a sucesos que probablemente no se diferencien mucho de los que pudieron ocurrir en nuestras propias familias a lo largo de aquellos mismos años.
Kitty procede de un entorno obrero que se encuentra a mitad de camino entre la miseria de las clases más pobres donde las mujeres cargan con multitud de hijos, sin ayuda de sus maridos y a las que Kitty conoce a través de su trabajo en una organización humanitaria que ayuda a madres de familia de escasos recursos y por otra parte las clases medias que empiezan a disfrutar de los avances de la técnica, como el teléfono, los electrodoméstico o las cortinas a juego con el papel de la pared... Con el paso de los años vemos viendo cómo las mujeres van consiguiendo más independencia, cómo ya no sólo trabajan por pura necesidad, sino que esos trabajos constituyen la posibilidad de alcanzar una autonomía en la que no tengan que depender de sus maridos, si bien eso no evita que el deseo de contar con una pareja sentimental en la que apoyarse no cambie, por mucho que avance la sociedad: el amor y la familia siguen constituyendo la base de la existencia de los miembros del clan McCarthy a lo largo de los años.
No puedo dejar de destacar la prodigiosa fertilidad de la mayor parte de las mujeres que aparecen en la novela, lo que hace que a lo largo del relato nos veamos constantemente rodeados de mujeres embarazadas y de hijos nacidos dentro o fuera del matrimonio, deseados o no, de madres jóvenes o maduras, con lo que creo que puedo afirmar sin dudarlo que nunca he leído una novela donde se me permitiera asistir al nacimiento de tantísimos hijos.
Eso es lo que ocurre con esta novela: “Las cuatro hermanas” de Maureen Lee, una autora sobre la que no paraba de encontrar comentarios favorables últimamente y que al fin he tenido ocasión de leer y que seguramente seguiré leyendo más adelante, ya que me ha cautivado su forma de contar las cosas.
A pesar del título, de las cuatro hermanas a las que éste se refiere, hay que reconocer que la protagonista absoluta del libro es Kitty McCarthy a la que encontramos al inicio de la novela a la edad de 19 años asistiendo a una boda (una de tantas a las que acudiremos a lo largo del relato) en su Liverpool natal. Los McCarthy constituyen una numerosa familia católica en un entorno obrero a finales de los años 40. Y a pesar del ambiente familiar en que se encuentra, rodeada por todas partes de padres, hermanos y hermanas, cuñados, cuñadas, sobrinos..., o tal vez debido precisamente a eso, Kitty tiene claro que no quiere casarse, que el matrimonio no es el objetivo fundamental en su vida, no quiere dedicarse a criar hijos y ocuparse de su casa y su marido, ni siquiera se decide a abandonar su soltería cuando conoce a Con Daley que reúne todos los requisitos para convertirse en el esposo ideal.
De la mano de Kitty y su familia recorreremos cuarenta años de la historia contemporánea, desde finales de los años 40 en una Inglaterra que aún trata de recuperarse del desastre de la II Guerra Mundial que tan hondamente afectó a la sociedad británica pasando posteriormente por los años 50 hacia los 60, llenos de cambios en la sociedad, en lo relativo a los derechos de las mujeres, en los nuevos ídolos de la música, hasta alcanzar los 70 y los 80 llenos de cambios y revoluciones culturales, sociales, de modas y de costumbres. Pero este recorrido no estará marcado por los grandes acontecimientos históricos sino por los devenires y avatares de los distintos miembros de la familia, podríamos describirlo como una “Historia doméstica” donde asistimos a sucesos que probablemente no se diferencien mucho de los que pudieron ocurrir en nuestras propias familias a lo largo de aquellos mismos años.
Kitty procede de un entorno obrero que se encuentra a mitad de camino entre la miseria de las clases más pobres donde las mujeres cargan con multitud de hijos, sin ayuda de sus maridos y a las que Kitty conoce a través de su trabajo en una organización humanitaria que ayuda a madres de familia de escasos recursos y por otra parte las clases medias que empiezan a disfrutar de los avances de la técnica, como el teléfono, los electrodoméstico o las cortinas a juego con el papel de la pared... Con el paso de los años vemos viendo cómo las mujeres van consiguiendo más independencia, cómo ya no sólo trabajan por pura necesidad, sino que esos trabajos constituyen la posibilidad de alcanzar una autonomía en la que no tengan que depender de sus maridos, si bien eso no evita que el deseo de contar con una pareja sentimental en la que apoyarse no cambie, por mucho que avance la sociedad: el amor y la familia siguen constituyendo la base de la existencia de los miembros del clan McCarthy a lo largo de los años.
No puedo dejar de destacar la prodigiosa fertilidad de la mayor parte de las mujeres que aparecen en la novela, lo que hace que a lo largo del relato nos veamos constantemente rodeados de mujeres embarazadas y de hijos nacidos dentro o fuera del matrimonio, deseados o no, de madres jóvenes o maduras, con lo que creo que puedo afirmar sin dudarlo que nunca he leído una novela donde se me permitiera asistir al nacimiento de tantísimos hijos.
lunes, 14 de noviembre de 2011
El Cocinero del Dux
Termino de leer “El Cocinero del Dux” una novela de Elle Newmark en la que se nos cuenta la historia de Luciano, un huérfano miserable que sobrevive en la Venecia de finales del siglo XV buscándose la vida para subsistir a base de robos y pillerías varias hasta que se ve rescatado de las calles por el cocinero del Dux, el chef Ferrero que lo acoge como aprendiz y se propone enseñarle todo lo que sabe del arte de la cocina pero también convertirlo en su discípulo en otros asuntos menos mundanos y más misteriosos.
Esta es una de esas novelas (diría más bien, una de tantas novelas) que últimamente nos encontramos donde se nos presenta una hermandad secreta con que a lo largo de los siglos va transmitiendo de unos miembros a otros una serie de secretos que ponen en duda las grandes creencias del mundo occidental. En este caso estos secretos se esconden en un libro que es ambicionado por distintos gobernantes, unos creyendo que les proporcionará el secreto de la inmortalidad y otros creyendo que puede contener información que haga peligrar su supremacía. Pero dejando al margen este aspecto esotérico que, para ser sincera, ya me tiene un poco cansada por la reiteración del esquema y la similitud de la temática de unas novelas a otras, me voy a centrar en la parte que más me ha gustado del libro que, lógicamente, no ha sido la trama del aprendizaje de las verdades reveladas por el chef a su aprendiz.
Y es que la novela tiene un par de aspectos que me han gustado bastante. Uno de ellos es la recreación de la sociedad veneciana de la época en que ésta se encontraba bajo el gobierno de los sucesivos Dux y el Consejo de los Diez, ese periodo de la Historia caracterizado por el enfrentamiento constante entre el Papa, en este caso César Borgia, la República de Venecia, la Florencia de los Médici… además de reflejarse muy vivamente el contraste el lujo y la opulencia con que se vivía en los palacios y la miseria del pueblo llano en medio de la decrepitud de los barrios más míseros de Venecia.
Además del aspecto histórico también me ha gustado cómo describe el entorno de la cocina, la minuciosidad con la que se describen las magníficas recetas que crea el chef para agasajar a los invitados del Dux, su pasión por las especias a las cuales da un uso casi mágico y la fascinación por las novedades llegadas del Nuevo Mundo como la patata, el tomate, el cacao o el café que en los temerosos e incultos habitantes de la ciudad provocan más bien temor al ser considerados como alimentos venenosos e incluso malditos. Ese contraste entre los primeros representantes del Renacimiento con su fé en el conocimiento, los descubrimientos, la imprenta y los ciudadanos de a pie, dominados por el miedo a lo desconocido, sometidos a la doctrina rigurosa de la Iglesia y las supersticiones, creo que es la mejor parte de la novela y la que, en mi opinión, la salva.
Esta es una de esas novelas (diría más bien, una de tantas novelas) que últimamente nos encontramos donde se nos presenta una hermandad secreta con que a lo largo de los siglos va transmitiendo de unos miembros a otros una serie de secretos que ponen en duda las grandes creencias del mundo occidental. En este caso estos secretos se esconden en un libro que es ambicionado por distintos gobernantes, unos creyendo que les proporcionará el secreto de la inmortalidad y otros creyendo que puede contener información que haga peligrar su supremacía. Pero dejando al margen este aspecto esotérico que, para ser sincera, ya me tiene un poco cansada por la reiteración del esquema y la similitud de la temática de unas novelas a otras, me voy a centrar en la parte que más me ha gustado del libro que, lógicamente, no ha sido la trama del aprendizaje de las verdades reveladas por el chef a su aprendiz.
Y es que la novela tiene un par de aspectos que me han gustado bastante. Uno de ellos es la recreación de la sociedad veneciana de la época en que ésta se encontraba bajo el gobierno de los sucesivos Dux y el Consejo de los Diez, ese periodo de la Historia caracterizado por el enfrentamiento constante entre el Papa, en este caso César Borgia, la República de Venecia, la Florencia de los Médici… además de reflejarse muy vivamente el contraste el lujo y la opulencia con que se vivía en los palacios y la miseria del pueblo llano en medio de la decrepitud de los barrios más míseros de Venecia.
Además del aspecto histórico también me ha gustado cómo describe el entorno de la cocina, la minuciosidad con la que se describen las magníficas recetas que crea el chef para agasajar a los invitados del Dux, su pasión por las especias a las cuales da un uso casi mágico y la fascinación por las novedades llegadas del Nuevo Mundo como la patata, el tomate, el cacao o el café que en los temerosos e incultos habitantes de la ciudad provocan más bien temor al ser considerados como alimentos venenosos e incluso malditos. Ese contraste entre los primeros representantes del Renacimiento con su fé en el conocimiento, los descubrimientos, la imprenta y los ciudadanos de a pie, dominados por el miedo a lo desconocido, sometidos a la doctrina rigurosa de la Iglesia y las supersticiones, creo que es la mejor parte de la novela y la que, en mi opinión, la salva.
jueves, 3 de noviembre de 2011
Come, reza, ama
Supongo que si no fuera porque esta novela de Elizabeth Gilbert, “Come, reza, ama” fue llevada al cine de la mano de Julia Roberts acompañada de Javier Bardem, nunca habría conocido de su existencia, pero eso es lo que suele ocurrir cuando un libro llega a Hollywood: que el éxito de la película repercute directamente en el relanzamiento de la novela que le dio origen, que no en todos los casos tiene que ser, necesariamente, una buena obra literaria. Y así ha sucedido en esta ocasión; entiendo que la persona que decidió hacer con él una película lo debió tener claro desde las primeras páginas: es de esos libros que vas leyendo y vas visualizando las imágenes de una comedia romántica americana, la fluidez del relato, el ritmo dinámico, las situaciones divertidas, las frases cortas que dibujan en pocos trazos la escena. Todo el relato se desarrolla en primera persona: la propia protagonista nos va contando con un tono fresco y desenfadado sus experiencias de los últimos meses:
“Tener un hijo es como hacerse un tatuaje en la cara. Antes de hacerlo tienes que tenerlo muy claro (...) Mientras tener un hijo no me haga tan feliz como irme a nueva Zelanda a investigar el calamar gigante, no puedo tener un hijo.”Abundan los comentarios chistosos, las metáforas divertidas, las escenas en las que la propia autora bromea con sus problemas, sus miedos y sus dudas existenciales y se transmite con frescura la ilusión que siente por enfrentarse a nuevos retos y experiencias, y es que tras un complicado divorcio, Liz decide hacer realidad algunos de sus sueños y se toma un año sabático para emprender un viaje que le llevará a Italia con el objetivo de practicar el idioma, a la India a practicar la meditación a la búsqueda del equilibrio espiritual y a Indonesia donde un curandero le vaticinó que tendría que volver porque así aparecía escrito en las líneas de su mano. Toda la primera parte del libro me ha resultado entretenida y hasta divertida. Reconozco que enseguida simpaticé con la protagonista, sobre todo cuando entona una sincera declaración de amor hacia el idioma italiano, lengua que yo, al igual que ella, también he estudiado por el puro goce de disfrutar de su sonido:
“Cada palabra me parecía un gorrión cantarín, un truco de magia, una trufa toda para mí. Al salir de clase volvía a casa chapoteando bajo la lluvia, llenaba la bañera de agua caliente y me metía en un baño de espuma a leer el diccionario de italiano en voz alta, olvidándome de la tensión del divorcio y de todas mis penas. La musicalidad de las palabras me hacía reírme entusiasmada. Cuando hablaba de mi móvil decía il mio telefonino. .. Me convertí en una de esas personas agotadoras que se pasan la vida diciendo Ciao!”Algunos pasajes del libro resultan de lo más peculiar, como cuando asistimos a una conversación entre la mente y el corazón (conversación literal, con sus guiones y todo) o cuando Liz charla con la “Depresión” y la “Soledad” que se le acercan acechantes en un momento determinado en un jardín de Roma y a las que trata como a viejas conocidas. La mejor parte del libro, a mi juicio, es sin duda la que transcurre en Roma y es que las siguientes, las que se desarrollan en India y en Bali no me han resultado tan entretenidas, las comeduras de coco, la lucha por mejorar las técnicas de meditación y la poca actividad de la parte del ashram indú me desconectó un poco del libro y la última de Bali, aunque mejora algo el tono y tiene un poco más de argumento no alcanza, para mi gusto, el desenfado y la gracia de la parte romana. En resumen, describiría este libro como una lectura entretenida a ratos pero que no pasa nada si nos la saltamos. Por cierto, que tengo pendiente de ver la película, a ver si en imágenes la cosa mejora y mantiene mejor el ritmo.