Estoy de vacaciones en la playa, lo que hace que me encuentre bastante aislada del cíber-mundo “gracias” al pésimo servicio de algunos proveedores de Internet móvil, pero en fin, de todo se sale y tampoco me viene mal ya que así tengo más tiempo para dedicar a la lectura que es para mí la ocupación más destacada del verano. Siempre he aprovechado esta época, con o sin vacaciones (no olvidemos las laaargas tardes veraniegas) para devorar el mayor número posible de libros, lo que este año no va a cambiar, a pesar de tener por casa un nuevo bebé que me quita algo de tiempo.
Lo que debo reconocer es que, a la hora de cargar en la maleta los libros para estas vacaciones, el criterio a seguir no ha sido por temáticas o por autores, épocas o estilos, nada de eso; el criterio ha sido puramente cuestión de volumen, esto es: he ido apartando los libros más largos y voluminosos para esta época, soñando con las largas tardes de estío sosteniendo en mis manos un tocho de 500 páginas en adelante para deleitarme con una larga lectura (esperando que, además de larga, fuera, a ser posible, también placentera)
Pues de esta selección tan poco literaria lo que ha salido ha sido: “Arthur & George” de Julian Barnes (352 páginas, aunque ha entrado en el lote por estar en inglés), “Memorias de un preso” de Mario Conde (672 páginas), “Dime quién soy” de Julia Navarro (1.056 páginas), “La Bodega” de Noah Gordon (384 páginas, ¡uy! no llega, pero es un autor best-seller típico veraniego) “Los libros arden mal” de Manuel Rivas (816 páginas). Algunos ya me los he leído y si encuentro tiempo (y acceso a Internet) los comentaré próximamente. Lo cierto es que todos cumplen la premisa de los libros de verano: ser leídos sin prisa, a la sombrita y acariciados por la brisa (si es preciso, del ventilador), eso sí, nunca jamás a la orilla de la playa a riesgo de ser salpicados por el agua salada, la arena y demás peligros playeros.
Así que me voy a leer otro ratito. Feliz verano a todos y buenas lecturas.